miércoles, 4 de enero de 2012

Antecedentes

Así comienza Lejos del Miedo, mi ópera prima, precuela de Un Mar de Cristal. Me va a costar unas cuantas entradas contaros de qué va todo esto, sed pacientes.
Amor mío:
Porque te quiero no puedo ocultarte por más tiempo la verdad. Mi verdad.
Nací en Moldavia en el año 1463, el hijo bastardo del Voivoda Stefan cel Mare si Sfânt. Mi padre, un hombre justo y bueno, se ocupó de que nada nos faltara ni a mí ni a mi madre. Pero yo siempre acusé la ausencia de una figura masculina. Mi madre, bella y frágil, nunca fue capaz de dominar mi carácter. Ella murió cuando yo tan solo contaba con once años y fui llevado a vivir con los soldados del castillo. Mi espíritu beligerante y la total ausencia de miedo me convirtieron rápidamente en el mejor pupilo, noticia que llegó a oídos del príncipe. Con apenas dieciséis años partí a la guerra contra los Otomanos al mando de un pequeño ejército.
Yo combatía con arrojo, llevado por la locura de la sangre. Era una gran líder que infundía valor a mis soldados y terror a mis rivales. Nuestro ejército recuperó numerosas ciudades y masacró las líneas enemigas. En solo unos meses nuestra fama corrió como la pólvora.
Nuestro lema era “no prisioneros”. A veces manteníamos con vida a algunas mujeres para divertirnos un rato, pero luego también eran sacrificadas en el nombre de Dios y de mi padre.
Estos actos de inenarrable maldad, con los que yo buscaba el afecto y el reconocimiento de mi progenitor, solo consiguieron que este se llenara de horror y me repudiara. Llevado por la locura mi sed de sangre creció y mi salvaje crueldad alcanzó cotas repugnantes. MI ejército fiel me seguía sin dudar y, aunque cada vez más mermado, nada podía parar nuestro avance.
Hasta que una maldición nos transformó en lo que somos ahora. Vampiros, seres despreciables que vagan por las sombras, sin vida ni muerte, sin alma que redimir.
Dese entonces he viajado de ciudad en ciudad, condenado a no regresar a mi patria, aterrorizando con mi presencia a los que una vez fueron mis iguales. Su sangre ya no mancha mis labios, pero sí mis manos y mi corazón envenenado por la culpa y el arrepentimiento.
Solo tú puedes salvarme. Tú me has devuelto la esperanza del perdón. Solo tú puedes enviarme a la muerte para que por fin descanse en paz.
Sé que lo que te pido es mucho, que en tu corazón no cabe la idea de matar, pero si no lo haces me condenarás a seguir vagando por esa tierra de penumbras toda la eternidad, escondiéndome de las noches sin luna, la burda existencia que he llevado durante siglos.
Espero impaciente nuestro próximo encuentro, todas mis esperanzas puestas en ti.
Tu siempre enamorado,
K

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